Resulta grotesco usar muñecas en el arte, sobre todo si lo hace una mujer.
La gente se pregunta si tendrás problemas con la maternidad, te mira de reojo, susurra. Las muñecas transformadas asustan, producen rechazo.
Yo las pinté, descuarticé y crucifiqué de mala manera entre el 2009 y el 2013.
No recuerdo muy bien cómo inicié la serie. Sí recuerdo la instalación de cinco sillas con muñeco en Can Monroig en el año 2010 coincidiendo con el ochenta cumpleaños de mi padre, y la cara de desaprobación de mi hermana (somos cinco hermanos).

Algunas de ellas eran muy interesantes.
Creo que no se entendieron bien o quizás yo no las mostré en el contexto adecuado.


Muñecas con la boca tapada antes de la «era» de las mascarillas, antes del me-too, antes de muchos feminismos.

Quizás sí tenía problemas con ser madre, con ser hija, con ser mujer, con aceptarme, con la vida, con el maltrato, con el trabajo, con el cansancio de dar siempre explicaciones.

Llegó un momento en que las muñecas se amontonaron, se me atragantaron, y pensé que debía cerrar el ciclo, que el proceso de catarsis debía llegar a su fin. La purificación se completaría con el fuego.
Le dí vueltas a la idea mucho tiempo, temía que solo sirviera para alimentar mi imagen de bruja o de mujer desquiciada.

Pero finalmente el ritual del fuego se impuso. Con la quema de las muñecas conseguí mandar a la mierda a más de uno, me saqué mucha rabia de encima. El proceso había acabado, y finalmente podía abrazar con mucho amor a las meninas salvadas, porque ellas valían mucho, de eso no me cabía duda.
Vídeo grabado en Santa Margarita por Marc Schouten Ginard, abril 2021.
Gracias a Robert López Hinton por su apoyo y colaboración.